En busca del arroz perfecto

arroz-perfecto

Encontrar una variedad de arroz que sea nutritiva, segura, resistente a los envites de las sequías, las inundaciones o las plagas, que crezca rápidamente y requiera de los menos recursos hídricos posibles. Esta es la misión de los científicos que trabajan en el Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI), una organización no gubernamental que analiza hasta 127.000 tipos de granos procedentes de todo el mundo para descubrir nuevos genes que permitan aumentar la producción y satisfacer la creciente demanda de este producto, especialmente en Asia y África.

Desde su fundación en 1960 en la ciudad de Los Baños, en Filipinas, la organización ha creado a través de la ingeniería genética más de un millar de variantes de arroz que han aumentado significativamente los rendimientos de los cultivos a lo largo del continente. La primera que se desarrolló, la IR8, consiguió multiplicar por 10 la producción en varios países asiáticos en lo que se llamó ‘el milagro del arroz’. Desde entonces, se han desarrollado semillas que sobreviven a 20 días de inundaciones y crecen utilizando un 30% menos de agua o un 20% menos de pesticidas. El IRRI analiza las condiciones de la tierra y del clima en cada una de las zonas de cultivo y entrega a los agricultores -previo acuerdo de ambas partes- las semillas que se ajustan más a sus necesidades de forma gratuita. Según un estudio del Centro Internacional de Investigación Agrícola de Australia, entre 1895 y 2009 las variedades de arroz mejoradas por el IRRI aumentaron un 13% la producción en Filipinas, Vietnam y Tailandia.

«Hemos avanzado, pero aún hay muchos productores que se enfrentan al desafío del cambio climático y millones de personas a las que alimentar», asegura Bruce Tolentino, director general adjunto de la organización. Se calcula que en 2040 se necesitarán 112 millones de toneladas adicionales de arroz, todo un reto teniendo en cuenta que el rendimiento de los sembrados cae y la tierra cultivable, el agua y la fuerza laboral son cada vez más escasos. Las mayores zonas de producción de grano del sureste asiático -situadas en las costas de Myanmar, Tailandia, Bangladesh, India y Vietnam- están amenazadas por la progresiva subida del nivel del mar y las áreas interiores sufren de cada vez más sequías.

Todo esto en una región donde el arroz es el pilar básico de la alimentación -puede contribuir entre un 30% y un 70% de las calorías ingeridas diariamente- y en la que aún hay 600 millones de personas que viven en la pobreza extrema. «Nuestro trabajo nunca es perfecto. A medida que la población crece tenemos que producir más y la exigencia de los consumidores es también cada vez mayor en términos de calidad», explica Tolentino.

La idea de un arroz modificado genéticamente que ayude a reducir la pobreza y la malnutrición no convence a todo el mundo. El IRRI trabaja con una variedad conocida como el arroz dorado, rica en hierro, zinc y beta-caroteno (fuente de vitamina A). La investigación está motivada por su potencial contribución a solucionar el problema global de deficiencia de estos nutrientes entre la población más pobre en los países consumidores de arroz. «Se trata de una herramienta ineficaz para combatir este fenómeno, es ecológicamente irresponsable, plantea riesgos para la salud humana y compromete la seguridad alimentaria», asegura Greenpeace en uno de sus informes. El año pasado, unos 400 productores locales de arroz destrozaron un campo de prueba de esta nueva variedad en Filipinas alegando que el cultivo suponía un riesgo para la salud y para la biodiversidad. Desde el IRRI aseguran que solamente repartirán esta variedad si es segura, mejora los niveles de vitamina A de quien la consume y aumenta el rendimiento de los cultivos.

La organización registró unos ingresos de casi 100 millones de dólares en 2014. La financiación procede de Gobiernos, empresas del sector de la alimentación, organismos internacionales, universidades o fundaciones caritativas, entre ellas, la Fundación Rockefeller o la que dirigen Bill y Melinda Gates. Los detractores de las estas variedades modificadas por el IRRI temen que, en el caso de que algún día se encuentre una que sea perfecta, ésta caiga en manos privadas con otros intereses.

El principal contribuyente es el CGIAR, un consorcio formado por 15 institutos de investigación agrícola, con un 45% del total. Las donaciones de gobiernos aglutinan otro 30% del presupuesto, mientras que un 16% procede de fundaciones privadas. El resto lo aportan empresas (4%), organizaciones internacionales (4%) y universidades (1%). El IRRI cuenta con 1.350 trabajadores, la mayoría de los cuales en su sede de Los Baños, en Filipinas.

 

Fuente: El País (http://elpais.com/elpais/2015/06/01/ciencia/1433171990_665278.html)

Tags: No tags

Comments are closed.