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Arroz dorado: en la lucha contra la deficiencia de vitamina A

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El diario El País de España tuvo la oportunidad de entrevistar al investigador Peter Beyer, profesor de la Universidad de Friburgo y quien junto a Ingus Potrykus desarrolló el arroz dorado, un arroz que tiene mayor contenido de betacaroteno, precursor a partir del cual se produce la vitamina A.  EL Dr. Beyer se refirió acerca de este desarrollo, los beneficios que ofrece y las oportunidades que se están perdiendo por la demora en su aprobación.

De acuerdo con datos de la UNICEF, cerca de 124 millones de niños alrededor del mundo no consumen los niveles recomendados por la FAO de la vitamina A y es la causa de una de cada cuatro muertes infantiles en las regiones y comunidades que la padecen. Adicionalmente se calcula que la deficiencia de vitamina A causa entre 250 y 500 mil casos de ceguera.

El desarrollo del arroz dorado surgió como una respuesta para esta problemática y con el cual se espera poder reducir los índices de mortalidad y ceguera en las poblaciones más vulnerables que sufren esta deficiencia.

Sin embargo, las trabas para la aprobación del arroz dorado (el cual fue desarrollado por medio de la ingeniería genética) no ha permitido que este sea distribuido en las regiones más afectadas por la deficiencia de vitamina A, que en su mayoría afecta a niños y, recientemente, se ha demostrado que aumenta las tasas de mortalidad materna.

Pregunta El País: ¿En qué punto de su desarrollo se encuentra el arroz dorado?

Peter Beyer: Hemos puesto a punto varias tecnologías que producen distintas cantidades de beta-caroteno en el arroz dorado, que luego cruzamos con otras variedades de arroz para introducirlas en distintas regiones, con distinta geografía y distinto clima. Estamos haciendo este trabajo, por este orden, en Filipinas, Bangladesh, Indonesia, y también hay algunos planes para India. Falta poco para lograr la aprobación.

Hemos tenido que probar la seguridad de estos organismos genéticamente modificados (OGM) de acuerdo a los estándares internacionales, que son muy estrictos y requieren una gran cantidad de trabajo, un trabajo que, por cierto, no se exige a quienes producen nuevas plantas por hibridación tradicional, y no sé por qué.

Todo este proceso cuesta mucho dinero, pero es mucho menor que la inversión necesaria para intervenciones tradicionales frente a deficiencias de vitamina A, como suplementaciones o pastillas. Estos suplementos no son caros, pero lo es la distribución. La logística para que todo el mundo reciba estos suplementos cada dos meses en las áreas rurales es un problema. Necesitas mucho tiempo para llegar allí y a veces ni llegas. La belleza de esta solución es que esta distribución de semillas tiene que hacerse sólo una vez porque los agricultores podrán reutilizar las semillas.

PEP:  ¿Los principales obstáculos para lograr que el arroz dorado llegue a los agricultores tienen que ver más con la ciencia o con aspectos regulatorios o de oposición pública?

PB: Lo que se publicó en la revista Science en 2000 [la prueba de que se podía introducir la provitamina en el arroz] fue solo una prueba de que nuestra idea se podía hacer realidad, pero no era ya un producto. Se producía demasiado poco beta-caroteno. Después, dedicamos cinco años más a mejorar el producto y la cantidad de beta-caroteno que producía.

En esta mejora de la tecnología, cambiamos el gen de la azucena que utilizábamos en la primera versión del arroz por un gen del maíz. Después tuvimos que ir realizando cruces para introducir la capacidad de producir el beta-caroteno en distintas especies de arroz, y eso tomó otros cinco años. Más adelante viene el tema regulatorio, tienes que probar la seguridad del producto y varios aspectos más. La industria dice que para llegar desde que sabes que algo funciona hasta el mercado son necesarios ente 10 y 15 años, así que creo que no vamos tan lentos.

PEP:  ¿Tiene sentido esa regulación?

PB: Hay problemas muy relacionados con regulación que creo que no tienen sentido. En Europa y en otros lugares bombardeamos las plantas con rayos gamma o neutrones rápidos para producir cientos de mutaciones aleatorias e inútiles y tomar una mutación concreta, llevarla directamente al campo y probar si sirve para algo. Incluso la agricultura orgánica lo acepta. En qué queda esto comparado con la ingeniería de dos simples genes que se sabe precisamente en qué parte del genoma van a ir colocados. El problema es que se regula el proceso y no el producto, algo que tendría más sentido. Imagine que se prohibiese llegar a un tratamiento médico porque se ha desarrollado de una manera diferente a la convencional. Lo que importa es el producto: ¿Es seguro? ¿es útil?

PEP:  Pese a la oposición de Europa, ¿es usted optimista sobre la posibilidad de los transgénicos en el mundo?

PB: Soy optimista porque se necesitan. No sólo se trata de nutrición, se trata de obtener mayores cosechas en el mismo espacio, de poder explotar terrenos que hasta ahora no eran utilizables. Si no queremos deforestar más, tendremos que ir a tierras que hasta ahora no se consideraban. Necesitas, por ejemplo, un arroz que soporte mejor que el actual altos niveles de sal. No tenemos capacidad de obtener ese rasgo a partir de cruces convencionales, pero los manglares tienen esa capacidad para soportar la sal que no tiene el arroz. Hay una gran demanda de rasgos genéticos para hacer frente a temas como el cambio climático, que requerirá plantas con tolerancia a la inundación, por ejemplo y eso llegará desde la ingeniería genética.

 

Fuente: AgroBio (http://www.agrobio.org/fend/index.php?op=YXA9I2NIVmliR2xqWVdOcGIyND0maW09I05UQT0maT0jT1RreQ==)

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